La relación terapéutica nace y también se hace
Hay un matiz esencial que, en mi opinión, confiere a la profesión de terapeuta o psicóloga/o un valor profundo y especial, aunque resulte una tarea exigente. En nuestra profesión, no sólo se valoran los títulos, la formación, el aprendizaje, la experiencia o el conocimiento, se valora la comprensión de la naturaleza humana, el papel fundamental de las relaciones interpersonales, las actitudes y las habilidades personales. En la relación terapéutica confluyen técnica y emoción, sabiduría y humanidad, formación permanente, actualizada, creatividad, aceptación y vivencia.
Nuestro trabajo es en el fondo un camino de autoconocimiento, y en el establecimiento de una buena relación terapéutica, se adquiere una comprensión más profunda, no sólo de nosotros mismos, sino también de los demás y de la esencia de la naturaleza humana en general, desarrollando paralelamente un corazón compasivo. Los pacientes nos enseñan, nos importan, cada uno con su propia singularidad, con su propia manera de ver e interpretar la realidad desde el lugar que ocupa en el mundo, con su historia de vida, con sus conflictos no resueltos, con heridas del alma no curadas, con problemas familiares del pasado.
Una persona con una actitud abierta, comprensiva, cálida, amable y de aceptación incondicional respeta al otro con sus necesidades y se muestra cercana, deseando lo mejor para él. Esto se expresa en multitud de maneras durante el proceso terapéutico, tal vez un paciente necesite en este preciso momento la experiencia de ser sostenido en su dolor por el terapeuta, mientras que otro necesite que se respete una cierta distancia o que se comprenda su soledad. Si el paciente se siente confirmado tal y como es por el terapeuta, esta experiencia por sí sola tiene sobre él un efecto normalizador y sanador. Será en muchas ocasiones la propia relación terapéutica la que sane, el propio terapeuta un instrumento, un catalizador para conseguir la superación del sufrimiento, el bienestar, la autorrealización y el crecimiento personal de los pacientes. El terapeuta está preparado para ello, es nuestro objetivo ofrecer esa ayuda y, a través de la relación personal con el paciente, y del uso de elementos técnicos y estratégicos se facilitará el proceso y el cambio.
Una de las tareas fundamentales del psicoterapeuta es el acompañamiento y la orientación al paciente en su proceso terapéutico, en su camino de autoconocimiento y maduración. Ésa es la grandeza de nuestro oficio y la verdadera alegría: la relación con los demás. Siendo conscientes de que al principio es difícil que el paciente desnude su alma, ponga nombre a lo que siente, encuentre una explicación a lo que le ha traído a la consulta, tome consciencia de lo que le causa dolor, lo limita y condiciona su vida e ilumine aquellos aspectos más ajustados a la realidad.
En la relación terapéutica se hace absolutamente necesario el ser honestos, genuinos, auténticos, porque a pesar de toda la experiencia y todo el saber hacer, los errores terapéuticos pueden aparecer. Aun cuando el terapeuta trate de evitarlos con todas las fuerzas, sigue siendo un ser humano limitado e imperfecto, como todos los demás. En ocasiones, se pueden poner esos errores al servicio de la sanación, cuando es posible nombrarlos, debatir sobre ellos con el paciente y aprender de toda esa experiencia. De ese modo, tendrán una función constructiva para los dos implicados: terapeuta y paciente y, con esta intención, resultará muy útil preguntarle al paciente con regularidad qué le ha ayudado y qué no del trabajo realizado en cada sesión. “¿Para qué crees que te podría venir bien?”, porque no siempre resulta fácil reajustar expectativas, fijar metas, establecer objetivos terapéuticos y hemos de hacerlo siempre con flexibilidad, adaptándonos a las necesidades y al ritmo de cada paciente.
El paciente o la paciente son los que importan y con conocimientos, habilidades, experiencia, intuición, paciencia, confianza y la inspiración creadora del terapeuta podremos dar respuesta a la realidad única de cada ser humano que llegue a nuestra consulta. En ocasiones, su avance lo sentirá desde nuestra posición como un abrazo simbólico, otras como una incómoda confrontación o una veraz prueba de realidad.
Un buen terapeuta es un artista que se presenta vestido de hombre de ciencia y la terapia, un acto creativo.
Preguntas que invitan a reflexionar
- Nos duele el dolor de los otros y, por eso, intentamos que no lo expresen, pero ocultándolo no vamos a conseguir que esa persona tenga menos dolor. Hemos de saber estar y acompañar en esos momentos sin forzar ninguna respuesta. El silencio forzado no cura, más bien devasta. Los terapeutas conocemos el poder de sanación de la palabra y de la escucha activa.
- Tenemos que querer a nuestros pacientes, confiar en nuestros pacientes, pero no desde la misma posición, porque si me igualo a ti no te ayudo.
- En consulta, todas las emociones son legítimas, no hay emociones buenas o malas, positivas o negativas, primarias o secundarias con respecto a su importancia, a su necesidad evolutiva o a su capacidad de adaptación para el ser humano.
- Cómo puedo señalarle al paciente alguna conducta disfuncional sin causarle daño o provocarle una actitud defensiva o reactiva. Un principio que me resulta útil muchas veces en la terapia y que aprendí del psicoterapeuta y catedrático de psiquiatría Irvin David Yalom : “Es golpear cuando el hierro está frío”, es decir, hacer el señalamiento o la retroalimentación acerca de su comportamiento cuando está actuando de otra manera.