El cambio
No puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando escucho a personas decir “la gente no cambia”. En los años que llevo viendo a personas en la consulta, no deja de sorprenderme la enorme capacidad de cambio y de adaptación hacia nuevas formas de pensar, sentir y actuar que tenemos las personas; una buena prueba de ello son las variaciones en estos aspectos que se han producido a lo largo de la vida de cada uno. Aunque la realidad es que estos cambios se darán si la persona se responsabiliza de sus actos, en un sentido muy positivo de la palabra “responsabilizarse”, como hacerse cargo de su bienestar y del poder que tiene sobre él. Un enemigo del cambio suele ser identificarse con las conductas, sentimientos o pensamientos que causan el malestar. Hablamos de la idea de “yo soy así”. Este tipo de ideas limitan el proceso de cambio y la modificación de hábitos se puede volver muy complicado, si me digo a mí mismo, “yo es que hablo así” difícilmente podré responsabilizarme y observar que mi forma de hablar es algo aprendido, y que igual que aprendí a expresarme de esa manera también podría comunicarme de un modo más asertivo.
El cambio no supone dejar de ser quienes somos, ni cómo somos, supone ampliar nuestro registro de cosas que podemos sentir, pensar o hacer. Supone llegar a ser personas más completas y más libres de elegir qué es lo que queremos para nosotros en cada momento, en lugar de sentirnos muchas veces arrastrados por nuestras emociones sintiendo que no tenemos ningún control, sintiéndonos sometidos o poco cuidados e incluso arrastrados por las circunstancias creyendo que no hay nada que nosotros podamos hacer.
El cambio forma parte de nuestra vida y es positivo abrirnos a él. No debemos verlo como algo amenazante, sino como un potencial que está en nosotros. De forma natural se producen muchos cambios en nosotros a lo largo de la vida, desde niños hasta que somos ancianos se producen cambios sustanciales que van en paralelo a la conciencia de que podemos actuar e influir sobre las cosas, las situaciones y nuestra propia forma de desempeño.
A veces el proceso terapéutico de darse cuenta me recuerda a los cambios en la percepción de los bebés; al principio, para ellos, los eventos ocurren sin más, no son conscientes de que lo que ellos hacen influye en el entorno e incluso en sí mismos; pero poco a poco el niño se va dando cuenta de que él hace que ocurran cosas. De repente un día se da cuenta de que es responsable de tirar un vaso, otro día descubre que puede hacer que le traigan la comida, puede provocar que le presten atención, hacer que funcione un juguete, etc. Y de forma parecida, en terapia se inicia un proceso en el que hay una consciencia de que algo tiene que cambiar, pero no se sabe muy bien ni qué tiene que cambiar, ni cómo puede cambiar, ni qué puedo hacer yo para que eso suceda. El trabajo del psicólogo es acompañar en este proceso y ayudar a descubrir los recursos internos de la persona, dotar de herramientas que ayuden a aliviar su malestar.
¿Qué piensas de todo eso? Normalmente, ¿crees ante algún problema que son los otros los que tienen que cambiar y no tú? ¿Te sientes cómod@ con los cambios? ¿Crees que en tu vida favoreces los cambios o sientes que te vienen dados?
MAIJ