AUTOEXIGENCIA Y ANSIEDAD

Autoexigencia y ansiedad

La autoexigencia, como su propio nombre indica, se refiere a la manera y el grado en que nos exigimos a nosotros mismos. Una persona autoexigente se caracteriza por unos altos niveles de exigencia hacia sí misma que ejerce de manera impositiva e implacable. Esta puede manifestarse de distintas formas en función del lugar interno del que provenga, pudiendo ser desde un perfeccionismo que hace que se establezcan estándares demasiado altos y no se permitan los errores o imperfecciones, desde la búsqueda de reconocimiento y la aprobación de los demás, o desde el miedo al rechazo y al fracaso.

En la sociedad actual, la autoexigencia no solo está a la orden del día, sino que es promovida a través de la cultura de trabajo y recibe un gran refuerzo social. Se vive intentando llegar a todo, con la necesidad de llenar cada segundo de la agenda de tareas para alcanzar un sentimiento de eficacia y productividad y se confunde la autoexplotación con la autorrealización. Además, aunque parezca que esto se lleva a cabo en pos de una meta concreta, lo cierto es que nunca es suficiente y que ni siquiera hay una pausa para apreciar lo conseguido, sino que cada logro queda invisibilizado porque la atención ya está puesta en el siguiente objetivo a alcanzar.

Ante esta presión tan fuerte, se activa el modo supervivencia para poder llegar a todo, motivados por el deseo de conseguir los objetivos, pero también por el miedo a las consecuencias de no hacerlo. Cada momento del día es dedicado a cumplir con la planificación, incluso la vida social que antes parecía un descanso se convierte en una exigencia más en el momento en que se deja de hacerlo por placer y se empieza a hacerlo porque «hay que» tener una vida social. Este nivel de presión puede provocar que la ansiedad aparezca debido a que la persona se encuentra bajo un gran nivel de demanda tanto en el plano psicológico como físico por la falta de descanso. Además, la ansiedad es la manera de prepararse para lo que viene a continuación y ocuparse desde ya de que salga bien (pre-ocuparse). Sin embargo, pararse a contemplar o regular esta ansiedad no entra dentro de la planificación, sino que esta se va acumulando con el paso del tiempo.

Cuando no hay tiempo libre o de descanso y se exige que cada segundo sea productivo y se dé el cien por cien de la capacidad, es comprensible que haya momentos en los que el sistema se ve sobrecargado y la pausa sea abrupta e incluso involuntaria, porque en ese momento es necesario para la supervivencia. Es entonces cuando pueden aparecer consecuencias habituales de niveles altos y mantenidos de ansiedad, estrés y cansancio, como caer enfermo, procrastinación, insomnio o ataques de ansiedad. En ese momento existen dos opciones: la primera, recoger las señales que envía el cuerpo y actuar en consecuencia tomando la decisión consciente de responsabilizarse del propio bienestar, bajando el ritmo, priorizando unas tareas sobre otras, buscando momentos de descanso, parando a apreciar lo conseguido y entendiendo que el propio valor no está determinado por el número de cosas que hagamos; y la segunda, ignorar las señales y continuar como hasta entonces, alimentando la insaciable espiral de autoexigencia e insatisfacción que conduce a la ansiedad y el agotamiento, hasta que se decida parar o el propio cuerpo lo decida por sí mismo, pero sin llegar a encontrar lo que se busca con tanto ahínco que es la autorrealización. Esta no es posible de esta manera, puesto que es imposible autorrealizarnos sin tenernos en cuenta a nosotros mismos. Podemos estar realizando cosas, pero no alcanzando la autorrealización de la que hablaba Maslow.

El cuerpo por suerte es sabio y necesita procesar lo que le ocurre. Aunque nosotros vivamos enfocados en el futuro y en  nuestros objetivos, únicamente nuestra mente puede viajar en el tiempo de esa manera. Nuestro cuerpo se mantiene en el momento presente y experimenta las cosas aunque nosotros las pasemos por encima, necesitando un momento para procesarlas y descanso para colocarlas. A la hora de trabajar la autoexigencia, el cuerpo es un medio muy valioso para reconectar con uno mismo, con los propios valores y necesidades, permitiendo así priorizarlos por encima de unos estándares irreales, inalcanzables y autoimpuestos que nos exigen siempre llegar a una meta y nos impiden disfrutar del camino que es la vida.

 

Lucía Beltrán de Casso

 

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN:

 

¿Consideras que eres autoexigente?

¿Qué beneficios te aporta serlo?

¿Qué efectos negativos crees que tiene en tí tu autoexigencia?

¿Has relacionado alguna vez tu autoexigencia con el desarrollo de la ansiedad?

 

BIBLIOGRAFÍA

 

La autoexigencia – Juan Pablo Muñoz