¿Puede cualquier persona cometer los actos más atroces? Esta es una pregunta que parece tener una respuesta sencilla; no; “yo soy buena persona”, “yo nunca haría daño a una persona inocente sin un motivo que lo justificara plenamente” “yo no podría estar indiferente ante el dolor o la violencia” son frases que nos podríamos decir a nosotros mismos en respuesta a esta pregunta. Pero la verdad es, desgraciadamente, muy diferente.
A lo largo del siglo XX, después de presenciar los crímenes cometidos por el III Reich en los campos de exterminio, tras los juicios de Núremberg, muchos académicos y psicólogos se sorprendieron al ver como muchos nazis no mostraban ni un atisbo de culpa por los actos tan atroces que cometieron, decían que sólo seguían órdenes. También se sorprendieron al conocer que muchas veces la población civil conocía estos actos y los vivían con “indeferencia”. ¿Los nazis fueron realmente malvados y desalmados o se trató de un fenómeno grupal que podría ocurrirle a cualquiera en las mismas condiciones?
Stanley Milgram fue un psicólogo de la Universidad de Yale que en el año 1961 llevó a cabo una serie de experimentos para saber si en determinadas circunstancias, los seres humanos somos capaces de transgredir nuestros valores morales.
Milgram creó un «generador de descarga eléctrica” con 30 interruptores. El interruptor estaba claramente marcado en incrementos de 15 voltios, oscilando entre los 15 y 450 voltios (recordemos que el voltaje de una casa en EEUU es de 120V)
También puso etiquetas que indicaban el nivel de descarga, tales como «Moderado» (de 75 a 120 voltios) y «Fuerte» (de 135 a 180 voltios). Los interruptores de 375 a 420 voltios fueron marcados «Peligro: Descarga Grave» y los dos niveles más altos de 435 a 450 fueron marcados con una triple X «XXX». Este generador era en realidad de mentira y sólo producía un sonido cuando se pulsaban los interruptores.
Se reclutaron 40 sujetos (hombres) por correo y por un anuncio en el periódico. Creían que iban a participar de un experimento sobre la «memoria y el aprendizaje» En la prueba, a cada sujeto se le informó claramente que se le iba a pagar por ir y que conservaría el pago «independientemente de lo que pasara después de su llegada».
Después a la persona se le presentaba a un «experimentador», la persona que dirigía el experimento, y a otra persona que se la indicó como otro sujeto. El otro sujeto era en realidad un cómplice del experimentador. Es decir, solo había un sujeto real, los otros dos eran “actores”
Los dos sujetos (el sujeto verdadero y el cómplice) sacaron un papel para saber quién iba a ser un «maestro» y quién un «aprendiz». El sorteo estaba amañado para que el sujeto verdadero siempre obtuviera el papel de «maestro».
Después de esto pasaban a una sala en la que ataban al aprendiz/cómplice en una silla para evitar “movimientos involuntarios” y le colocaban unos electrodos. Después el sujeto del experimento era conducido a otra sala donde se encontraba el generador, sin poder ver al “aprendiz”.
Es importante tener en cuenta que los dos sujetos se han conocido y el “aprendiz” intenta ser agradable, además el aprendiz menciona que tiene problemas cardíacos. El sujeto del experimento piensa que le podría haber tocado a él el papel de ser aprendiz; es decir, él podría ser quien recibiera las descargas.
Al sujeto se le dijo que tenía que enseñar pares de palabras al aprendiz. Cuando el alumno cometía un error, al sujeto se le dijo que tenía que castigar al aprendiz por medio de una descarga, con un incremento de 15 voltios por cada error.
El aprendiz nunca recibió realmente las descargas, pero cuando se pulsaba un interruptor de descarga se activaba un audio grabado anteriormente en el que el aprendiz se iba quejando cada vez más de dolor, llegados a la descarga de 150V el “aprendiz” grita que no quiere seguir el experimento, que le duele el pecho y que ya dijo que tenía problemas cardíacos. A partir de aquí cada vez el “aprendiz” se queja más, pide terminar, pide que le saquen de la sala, grita cada vez con más desesperación…etc. Hasta la descarga de 345V en la que ya no contesta, ni grita, dando a entender que le ha podido suceder algo.
Si el sujeto mostraba dudas sobre el experimento o decía que no quería seguir, el experimentador contestaba con una serie de frases predefinidas, empezando por la más suave y aumentando poco a poco:
-«Continúe, por favor»
-«Siga, por favor»
-«El experimento necesita que usted siga»
-«Es absolutamente esencial que continúe »
-«No tiene otra opción, debe continuar»
Si el sujeto preguntaba quién era responsable si algo le pasaba al aprendiz, el experimentador respondía: «Yo soy responsable». Esto daba alivio al sujeto y así muchos continuaban.
Antes de realizar el experimento Milgram reunió a una serie de expertos para preguntarles qué porcentaje de personas llegarían a aplicar tales descargas a una persona inocente; el comité definió que como máximo el 3%, de los sujetos, que sería los sujetos sádicos o psicópatas. Los datos revelaron que el 65% de los sujetos llegó hasta el final del experimento y el 100% aplicó descargas de 300 voltios. Fue tal la sorpresa que replicaron el experimento con diferentes grupos de edad, grupos sociales distintos, solo con mujeres…etc. Y los resultados siempre eran los mismos. Cuando una figura de “autoridad” estaba presente las personas castigaban al aprendiz a pesar de que muchas de ellas se mostraban claramente contrariadas y ansiosas.
Esto significa que personas ordinarias, ante la orden de una figura con apenas un poco de autoridad, son capaces de actuar con una crueldad en principio inimaginable
¿Hasta qué punto somos totalmente conscientes de las consecuencias de nuestros actos cuando tomamos una decisión dura por obedecer a la autoridad? ¿Qué complejos mecanismos intervienen en la obediencia actos que van en contra de nuestra ética?
MAIJ