Discurso interno y autoestima
Cuando nos ocurren situaciones que no van como esperábamos, no llegamos a los logros deseados o simplemente algo no nos sale bien, es muy interesante pararnos a analizar cómo son los pensamientos que nos surgen sobre lo que ha pasado, sobre cómo ha sido nuestro desempeño. Te propongo que hagas este ejercicio, cuando algo te frustre o no haya ido bien párate y analiza cómo han sido esos pensamientos.
Mira si son del tipo “A mí esto no se me da bien” “Madre mía mira que no saberlo” “que mal lo estoy haciendo” …etc? Esos pensamientos son vuestro discurso interno.
Nuestro discurso interno siempre nos acompaña. La mayor parte de las veces no nos damos cuenta de que está ahí y, simplemente, lo escuchamos de forma automática.
Nos hablamos mentalmente todo el tiempo. Mantenemos conversaciones internas constantes. Nos cuestionamos, nos explicamos, nos justificamos, nos reprochamos, nos advertimos, nos criticamos, nos alabamos, etc.
Toda esta comunicación interior con nosotros mismos es la manifestación de un trabajo de elaboración cognitiva y emocional que nos permite integrar las experiencias que vamos viviendo.
Habitualmente, no nos paramos a prestar atención a nuestro discurso interno, no cuidamos la manera en que nos hablamos ni analizamos los mensajes que nos damos. Lo emitimos de forma espontánea, automática.
Naturalmente, este proceso ha de hacerse de manera automática, pues sería muy costoso tenerle que prestar atención todo el tiempo.
En los últimos años se ha descubierto que el discurso interno modifica las conexiones neuronales de nuestro cerebro. Lev Vygotsky, célebre psicólogo ruso, fue quien se preguntó por primera vez si el cerebro usa los mismos mecanismos cuando la persona habla en voz alta que cuando lo hace en silencio y para sí mismo. La respuesta a esta pregunta no puede ser más curiosa: diversos estudios nos demostraron que cuando mantenemos esas charlas internas tan comunes se activan áreas como el giro frontal inferior izquierdo (área de Broca) presentes también cuando nos comunicamos en voz alta.
Charles Fernyhough psicólogo de la Universidad de Durham, descubrió que esa charla interna genera cerca de 4.000 palabras por minuto. Es decir, el diálogo interno trabaja 10 veces más rápido que el habla verbal.
Por tanto, todo lo que acontece en nuestra mente, cada idea, pensamiento, autoinstrucción y aseveración, tiene en nosotros un impacto enorme; tanto positiva como negativamente.
El diálogo interno negativo y persistente debilita múltiples estructuras neuronales haciendo a las personas mucho más vulnerables al estrés y afectando de forma clara nuestra autoestima.
Estructuras como la ínsula y la amígdala muestran una elevada hiperactividad cuando hay un dialogo interno de corte negativo. Estas áreas relacionadas con emociones como el miedo o la atención hacia las amenazas de nuestro entorno nos sumen en ocasiones en estados de gran desgaste psicológico. Es más, no podemos dejar de lado que el diálogo negativo es ese sustrato que alimenta la ansiedad y que puede situarnos en el laberinto de una depresión.
Hay un hecho especialmente curioso que muchos habréis experimentado alguna vez. Es común, por ejemplo, que uno sea siempre ese amigo infatigable que siempre está cuando se le necesita. Nos alzamos como esa persona que infunde ánimos, que sabe dar la palabra justa en el momento más necesitado; somos de algún modo, ese soporte incuestionable para los demás que con su comunicación siempre acertada infunde valías, entusiasmo y positividad.
Por el contrario, para nosotros mismos podemos ser a veces el peor enemigo. Nuestro diálogo interno resuena a menudo con frases como: “¿cómo has sido capaz de decir semejante tontería? Eres torpe”. “Ni te atrevas a intentar eso otro, eres una inútil en esos temas y lo sabes”, “fíjate en lo que ha pasado hoy, siempre te equivocas, siempre estás cometiendo un fallo tras otro”.
Somos lo que nos decimos a nosotros mismos y, en ocasiones, llevamos una vida entera conviviendo con una voz interna que se alza como el peor maltratador de todos. No es fácil cambiar ese discurso interno cuando llevamos tanto tiempo haciéndolo. No obstante, es necesario hacerlo por una razón evidente: el diálogo interno negativo modifica el cerebro y hace que tengamos una peor autoestima y seamos más vulnerables a los trastornos de ansiedad y la depresión.
Con mucha frecuencia tendemos a exagerar, enfatizar o dramatizar sobre los aspectos negativos de nuestro día a día mientras que relativizamos o damos mucha menos importancia a las cosas buenas que nos ocurren.
El contenido de nuestros pensamientos y de nuestras palabras están íntimamente relacionadas con la reacción emocional que experimentamos. Así, si valoro como una desgracia un cambio en mi trabajo, la reacción emocional que le sigue tendrá una connotación negativa mucho más intensa que si me concentro en ver las opciones u oportunidades que pueden venir tras el cambio.
De la misma manera que las verbalizaciones sobre nuestros pensamientos que contienen exageraciones y autocríticas negativas nos generan malestar emocional, podemos conseguir justo el efecto contrario si nos esforzamos en desarrollar un discurso más positivo
Para ello, vale la pena recordar lo que nos decía un viejo proverbio chino:
Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras.
Atiende tus palabras, porque se convertirán en tus actos.
Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos.
Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino