EFECTOS DEL RECHAZO DE PARTES DE UNO MISMO
Es común que a la hora de definirnos a nosotros mismos lo hagamos a través de los roles que ocupamos en los distintos ámbitos de nuestra vida, en base a nuestras fortalezas y a debilidades aceptables socialmente que pasarían el filtro de un entrevistador de recursos humanos. “Me llamo X, soy padre/madre, me gusta escalar, soy divertido/a, sociable, responsable, un poco perfeccionista y en ocasiones algo impaciente.” Es normal que nos definamos de esta manera ante personas que no conocemos, no buscamos mostrar de primeras las partes más íntimas o vulnerables de nuestra persona. Buscamos ser aceptados por los demás. Sin embargo, el problema aparece cuando esta es la manera en que nos definimos de cara a nosotros mismos, en la intimidad de nuestra propia mente, que no seamos capaces de ir más allá o que haya partes de nuestra persona que rechazamos mirar.
Todos tenemos partes que nos cuesta reconocer, aceptar o de las que nos cuesta hacernos cargo. Algunas nos generan sufrimiento, otras nos dan miedo y de otras incluso no somos conscientes. Sin embargo, forman parte de quiénes somos y no podemos deshacernos de ellas con la facilidad que nos gustaría, sino que nos configuran tanto como aquellas que sí nos gustan y también están vivas en nosotros. Todos nuestros rasgos y características se manifiestan a través de nosotros, la diferencia es si lo hacen desde la luz o desde la sombra. Aquellas zonas negadas de quienes somos se manifiestan en los momentos en que bajamos la guardia y dejamos de intentar ocultarlas o cuando estamos tan sobrecargados que no tenemos energía para censurarlas. Es por eso que cuando estamos cansados, enfadados, eufóricos, tristes, borrachos o en cualquier otro estado emocional o físico que no es el habitual y en el que no estamos controlando tanto la situación aparecen partes, comportamientos y deseos en nosotros que podían sernos desconocidos hasta el momento, porque estaban dentro de nuestras zonas negadas. No significa que esas zonas seamos nosotros, sino que también son parte de nosotros, que también somos aquello que nos negamos.
Uno de los efectos que tiene rechazar partes de quienes somos es que nos imposibilita cambiar y crecer, puesto que no podemos cambiar aquello que no admitimos que está presente, y nos autocondenamos a convivir con ello desde el rechazo o la resignación, en lugar de preguntarnos qué puede aportarnos esa parte de nosotros y cuál es la razón de este rechazo. A veces, el miedo está en creer que la aceptación de esa parte de nosotros significa darle rienda suelta y dejar que se apodere de nosotros y tome el control de nuestra vida. En este caso, estamos sobreidentificaándonos con ella al pensar que puede llegar a convertirse en nuestra identidad, y le estamos atribuyendo una fuerza que no ha tenido hasta el momento y no tendrá porque reconozcamos su existencia. De hecho, al tomar conciencia de que forma parte de nosotros la reconoceremos cuando se manifieste, podremos responsabilizarnos de ella y sabremos que está disponible cuando podamos necesitarla. Aunque esto último pueda parecernos una locura, lo cierto es que todos los rasgos cumplen una función y nos pueden ser útiles, y habrá momentos en que decidamos conscientemente manifestar esa parte de nosotros.
Esta es una buena oportunidad para que te preguntes cuáles son aquellas partes de ti que te cuesta mirar y te preguntes cómo podrías aceptarlas y acogerlas, iniciando un emocionante viaje de autoconocimiento por las zonas de ti que has apartado de la luz de la conciencia, con el propósito de reconocerte también en ellas, poder integrarlas y vivir una existencia verdaderamente auténtica.
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN
¿Qué partes de ti consideras que rechazas?
¿Por qué crees que lo haces?
¿De qué manera piensas que se manifiestan?
¿Cómo podrías integrarlas?
Lucía Beltrán de Casso