Los trastornos psicosomáticos son aquellos síntomas que surgen luego de estar expuesto a un estado de malestar emocional o ansiedad elevado. Estas sensaciones y/o malestares intensos pueden ir desde dificultad para respirar, cansancio, debilidad, fatiga, dolor físico, malestar estomacal, náuseas hasta cualquier otro que se debe a causa de una gran angustia emocional.
Por esto mismo es importante resaltar y reconocer el papel fundamental que juegan tanto nuestro esquema cognitivo, es decir, la mente, junto con las emociones en los trastornos psicosomáticos. Debido a que estos últimos son la consecuencia de cómo nuestra mente a través de factores emocionales trata de regular esos sentimientos o sensaciones, los cuales muchas veces no tienen más manera que manifestarse corporalmente para poder liberar esa energía.
Aunque cada caso particular varía dependiendo de la persona, tanto en su origen como en su gestión, se ha determinado que hay factores que se pueden identificar como desencadenantes de este tipo de trastornos, como es por ejemplo un alto nivel de angustia emocional y/o preocupación constante que se manifiesta de manera física, sobretodo si va acompañado de problemas persistentes en lo cotidiano.
Adicionalmente, según Mayo Clinic (2018), aunque no se conoce con precisión que elementos son los responsables de desatar el trastorno, si se reconoce ciertos factores como desencadenantes de los trastornos psicosomáticos. Algunos de estos son:
Contar con una predisposición a tener un umbral bajo de dolor, ya sea debido a factores genéticos o biológicos.
Percepción propia del mundo, sobre todo referente a si hay una tendencia a la negatividad o desesperanza.
Carencia de manejo emocional, puesto que tener una dificultad para procesar o percibir las emociones es de las mayores causas predisponentes y las más significativas.
Los refuerzos. Cualquiera entiende que como los trastornos psicosomáticos no generan placer, sino malestar no traen nada visto como “positivo”. Sin embargo, tanto nuestra mente como nuestro cuerpo se nutre de estímulos y respuestas que se vuelven refuerzos condicionantes. En estos refuerzos condicionantes entra la misma atención y/o trato preferencial o beneficios que se deban al trastorno.
Padecer de depresión o de ansiedad.
Haber tenido experiencias traumáticas o sucesos vitales estresantes.
Sí, los problemas de salud y los problemas para relacionarse o vincularse con los demás tienen un rol igual de importante y significativo en la manifestación de estos trastornos. Tomando en cuenta todo lo que repercute, desde malestares, incapacidad física, necesidad de mayor apoyo emocional, estrés a la familia y vínculos, etc; por ello es importante tratar de visualizar desde la prevención.
Identificando las señales de ciertos factores desencadenantes, al igual que buscando acompañamiento profesional en caso de requerirlo, es que podemos prevenir el surgimiento o la intensificación de modo que se de una mejora, así como herramientas funcionales de seguimiento al respecto.
Culminemos recordándonos a nosotros mismos lo siguiente: “Tu malestar no es un problema, sino una señal, escúchalo. La somatización es cuando el cuerpo habla por ti”
Paula Tupete R.