Las personas según el DSM: Máquinas que lloran
La influencia de la psiquiatría americana sobre la salud mental es un hecho indiscutible. En concreto, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) sigue marcando hoy en día, a través del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), el proceso de diagnóstico de los trastornos mentales. Así, encontramos que el sufrimiento y los problemas mentales de las personas son reducidos a una causa biológica, dejando fuera del diálogo el contexto en el que viven, dando soluciones parciales que no solo ponen un parche al problema, pero no terminan de arreglarlo.
En el presente artículo vamos a hacer un pequeño repaso por la historia de la APA para comprender cómo la visión biologicista ha acabado imponiéndose, impidiendo que otras visiones complementarias participen en el estudio y cuidado de la salud mental.
Desde el siglo XX, en el que la importancia de la psiquiatría americana creció enormemente, esta ha estado formada por tres aspectos fundamentales. El aspecto biológico, el social y el psicoanalítico.
Durante todo este tiempo, estos tres ejes han estado disputándose la supremacía dentro de la APA, para poder así imponer su visión del asunto. A mediados del siglo XX en el que se lanzaron las dos primeras ediciones del DSM, el pilar psicoanalítico era el que indicaba cómo debía atenderse un problema psicológico. Su visión, por la que el propio desarrollo de las personas en sociedad generaba que fueran neuróticas en algún grado, permitía que el pilar social no fuera olvidado, ya que nuestros conflictos y experiencias traumáticas tenían una historia de aprendizaje social. Pero al trabajar desde el concepto del inconsciente, algo intangible para la medicina, era difícil poder concretar exactamente qué tipo de problema sufría una persona.
De esta manera, los diagnósticos acababan siendo en muchas ocasiones arbitrarios y prejuiciosos. Durante los años setenta, diversos movimientos activistas se quejaron de estas fallas en el funcionamiento, demandando un diagnóstico más claro como el que se llevaba a cabo en el resto de la medicina.
En 1980, el diagnóstico cambió, imponiéndose un modelo biomédico. Así, de una masa de anormalidad mental, se pudieron diferenciar y separar distintos trastornos a través de la categorización de los síntomas de la persona. Y aunque facilitó la clasificación de problemas, estos seguían teniendo una causa misteriosa y desconocida, pues el diagnóstico se realizaba a partir de los síntomas, que en sí también eran la consecuencia del problema y no su causa.
La implicación de la tercera edición del DSM era que, partiendo de la biomedicina, se concluyó que todo trastorno debía tener una causa biológica, y por lo tanto tratable médica y farmacológicamente. El estudio científico orientado desde este modelo descubrió mecanismos que contribuyen al mantenimiento de enfermedades, pero a pesar de los esfuerzos, no apareció conocimiento concluyente de la biología como causa principal de los trastornos (tan solo un 3% de las categorías del DSM tienen una causa biológica conocida). Aun así, el pilar biológico que gobernaba seguía negando que otras causas externas pudieran provocar cualquier tipo de problema, pues no había evidencia de una relación directa entre circunstancia social y trastorno mental.
Las personas quedan así reducidas a máquinas cuyos defectos en sus mecanismos internos les generaban malestar, los cuales, como se hace con cualquier aparato, podían ser arreglados a partir de una intervención directa sobre su cuerpo.
Dicha visión impuesta por la APA se ha mantenido hasta nuestros días, en los que el Instituto Nacional de Salud Mental estadounidense ha decidido dejar de utilizar su manual para la clasificación de trastornos mentales, probando con modelos menos reduccionistas que ofrecieran mejores soluciones.
Así, el componente social y humano vuelve a abrirse camino en esta área de la medicina. Aunque a paso lento, las personas ya no son solo cerebros que responden a diferentes moléculas e impulsos eléctricos, sino que las características de su contexto y la construcción de su ser son también agentes activos de la causa de sus males.
Ahora debemos ver cómo evoluciona esta nueva conceptualización en el futuro, ¿volverán las personas a ser máquinas biológicas con fallos, o un significado más amplio de las personas se abrirá camino en el diagnóstico y solución de problemas de la salud mental?
Referencia: Decoteau, C. L. y Sweet, P. L. (2016). Psychiatry’s little other: DSM-5 and debates over psychiatric science. Social Theory & Health, 14(4), 414–435. doi:10.1057/s41285-016-0013-2
Preguntas de reflexión:
¿Únicamente influyen en nuestra vida nuestra genética y las sustancias químicas que se procesan en el cerebro?
¿Cómo problemas sociales pueden explicar el desarrollo de problemáticas individuales?