¿Qué efecto tiene la palabra “normal” sobre nuestros pensamientos y emociones?
Todos tenemos necesidad de pertenecer. El ser humano es una criatura primariamente social, que depende de los demás para sobrevivir desde su nacimiento. Necesitamos formar parte, sentir aceptación, encontrar nuestro lugar. En ocasiones, esto nos lleva a temer la idea de destacar o de no seguir la norma y limamos nuestros bordes, y con ello nuestras singularidades, para encajar en los moldes de lo que consideramos lo aceptado, lo apropiado, lo normal.
El caso de nuestras emociones y pensamientos no es una excepción. En un mundo en el que nadie nos enseña a reconocer, y mucho menos a regular, nuestras emociones, nos enfrentamos a la tarea de convivir con ellas y aprender a gestionarlas por nuestra cuenta mediante ensayo-error, y a este complicado proceso añadimos el peso de plantearnos si esas emociones son «normales» o si, por el contrario, nos convierten en seres extraños y nos alejan del ideal de «normalidad», que en muchas ocasiones utilizamos como indicador de pertenencia, ajuste social y posibilidad de ser aceptados y amados por los otros.
Las emociones son comunes a todos los seres humanos, nos ayudan a reconocernos como personas y como iguales, favoreciendo que nos vinculemos los unos a los otros. Además, cumplen diversas funciones para favorecer nuestra supervivencia, como darnos información acerca de cómo nos afectan las situaciones, nos impulsan a actuar y nos facilitan vincularnos con los demás. Nuestras emociones son parte indivisible de quiénes somos, permitiéndonos experimentar la vida de manera profunda y personal, transformando nuestra vivencia y evitando que esta se reduzca a una sucesión de datos e imágenes, recordándonos en cada momento que estamos vivos y que cada experiencia configura nuestra historia y se integra en nosotros moldeando nuestra persona.
A veces la experiencia emocional es desconcertante o incluso desagradable, generando en nosotros rechazo y un deseo de hacerlas desaparecer. Pero, ¿qué sería de nosotros si no fuésemos capaces de enfadarnos cuando vulneran nuestros derechos? ¿No es la tristeza un indicador de que lo perdido era amado? Calificar nuestras emociones de «raras» o «anormales» conlleva un rechazo a parte de nuestra experiencia y, en consecuencia, a una parte de quiénes somos. Cada persona es única y vive las cosas de manera diferente, lo cual no nos hace «raros», si no que nos permite tener individualidad y enriquecernos los unos a los otros. Darse el tiempo necesario para observarlas, entender de dónde vienen y la función que cumplen nos ayuda a sostenerlas, y comunicarlas puede facilitar el acercamiento y acompañamiento de los otros, que nos comprendan y nos ayuden a ver qué todo aquello que sentimos tiene un sentido y que no estamos solos ni somos «raros».
Quizá la clave esté en no pretender ser comprendidos por los otros porque hayan percibido las emociones de la misma manera que nosotros, pues estas siempre se dan en una situación concreta y se experimentan de forma diferente en cada persona. Sin embargo, podemos estar seguros de que todos las tenemos y de que la experiencia emocional es parte de la vida. La manera concreta en que la vivimos es una de las características únicas e irrepetibles que nos hacen ser quiénes somos.
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN
¿Crees que las emociones nos acercan o nos alejan de los demás?
¿Sabes reconocer tus emociones?
¿Tienes alguna vez la sensación de que nadie se siente como tú?
¿Compartes con alguien cómo te sientes?
Greenberg, L. (2000). Emociones: una guía interna. Ed. Descleé de Brouwer.