¿QUÉ HACE UNA TERAPIA EFECTIVA?
En ocasiones escuchamos comentarios de tipo “yo no creo en los psicólogos”, “no creo en la psicología”, “un psicólogo es como un sacerdote o como un amigo”; incluso comentarios que valoran unos enfoques terapéuticos, mientras que desprestigian otros. Lo cierto es que la eficacia y validez de la psicología, así como de su versión aplicada: la psicoterapia, no son cuestiones de fe.
Décadas de rigurosa investigación científica han documentado la efectividad de la psicoterapia. Cientos de estudios, revisiones y metaanálisis, tanto cualitativos como cuantitativos, indican que el 80% de personas que acuden a terapia obtienen beneficios y mejoras respecto al estado inicial de “pre tratamiento”. Esto convierte a la psicoterapia en una de las intervenciones en salud más probadas y validadas empíricamente (Lebow, 1997). La ciencia también revela que no existen diferencias significativas entre distintos enfoques o técnicas, sino que hay una serie de factores comunes a todas ellas responsables de la eficacia.
Ahora bien, ¿qué factores son los más determinantes en el éxito o fracaso de una terapia? Lejos de lo que uno podría imaginar, no depende de la aplicación de la mejor técnica, de lo experto que sea el profesional en determinada materia o de lo “complicado” o “sencillo” que sea el motivo de consulta, sino de la relación terapéutica establecida entre el paciente y el terapeuta.
Es desde ahí, desde una relación de aceptación incondicional, de no juicio, de seguridad donde se crea un vínculo colaborativo dirigido a unos objetivos comunes. Ahí es cuando comienza el trabajo, la transformación y la aplicación de técnicas.
Entonces, ¿qué necesita una persona para dar el paso e iniciar un proceso terapéutico? ¿Por qué hay personas que no consiguen darlo?
El primer paso, es poder reconocer que hay algo en uno mismo que podría estar mejor o que podría cambiar. En segundo lugar, se requiere coraje y valentía para sacarlo fuera, para nombrarlo, compartirlo, para hacer algo nuevo con ello y transformarlo.
Por último, será importante confiar en uno mismo, en el proceso, en la capacidad de cambio y resiliencia propias del ser humano, y por supuesto, en el profesional que acompaña. Lo que está claro, es que merece la pena, y además, que está científicamente probado.
Entonces, ¿a qué esperar para iniciar un proceso? A ti, ¿qué te frena?
Aitana Navia López